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La primera imagen que viene a mi mente es el recuerdo de un encuentro en la playa este verano.

Fue un día de levante, las olas eran grandes y la marea alta. Se me ocurrió la estupenda idea de sentarme en las rocas, que parecían seguras para observar el mar y disfrutar del espectáculo que se desarrollaba ante mis ojos. Dicho y hecho. Me senté y tan pronto lo hice me vi cubierta por una ola traicionera que, además de cubrirme literalmente de agua, también me cubrió de arena, desde el cabello, las gafas de sol, hasta la bolsa playera que justo en este momento estaba abierta, empapando todo lo que se encontraba dentro, el móvil incluido.

Mientras intentaba limpiarme y secar el móvil, vi acercarse por la orilla a una madre joven con sus dos hijas pequeñas. Las niñas estaban jugando con las olas y yo, teniendo muy presente lo ocurrido hace un momento, las saludé para comenzar una conversación y advertir a la madre del riesgo.

– Sí, he visto lo que le ha ocurrido a usted, me dijo amablemente. Luego seguimos conversando unos momentos, para despedirnos finalmente deseándonos mutuamente buen día, buenas vacaciones y todo lo mejor para la vida.

Ya se alejaban cuando, de pronto, ocurrió un verdadero milagro. Su hija pequeña, que no podía tener mas que unos dos años y medio, de repente se dio media vuelta, corriendo vino hacia mí, me abrazó y, cuando yo me agaché para estar a su altura, depositó en mi mejilla un beso de ángel. Sin una palabra, con los ojos muy abiertos, grandes, casi seria, como si estuviera cumpliendo algún rito sagrado. Nos abrazamos, le di las gracias y se fue corriendo de nuevo con su madre. Mientras sucedía, su madre nos miró con un enorme asombro, cruzamos las miradas y las sonrisas, sobraban las palabras… pero la sonrisa que se dibujó en mi cara no se borraba.

La segunda imagen procede de un diario de Internet.

Ocurrió hace pocos días en una capital europea dónde los emigrantes no son muy frecuentes ni  están muy bien  vistos, sobre todo cuando su origen y su confesión se refleja en la ropa que tapa a la mujer desde la cabeza hasta los pies. Pues una emigrante, madre joven con la cabeza cubierta, entró en un autobús a la hora punta con dos hijos pequeños. Uno en el carrito, como de dos años. La gente los miró, el pequeño se enrabietó y comenzó a  llorar a gritos. La madre se puso nerviosa, sus intentos de tranquilizar al niño eran vanos y el crío gritaba cada vez más fuerte. La gente los miraba, algunos con ese aire de estar pensando ‘haz algo mujer’ o  ‘qué clase de madre’; otros quizá considerando qué se podría hacer o cómo ayudar; el ambiente se puso algo tenso. La madre estaba desesperada y sin recursos para calmar a su pequeño.

Y en este momento ocurrió el milagro. En las manos de un hombre joven apareció el teléfono móvil. En unos segundos encontró en YouTube algún dibujo animado de los de siempre y se lo acercó al niño. Éste abrió los ojos y cerró la boca. Y el autobús cambió por completo. La gente se movió y sonrió como si se rompiera un hechizo. En un instante se encontró sitio para la madre, otros empezaron a preguntarle si estaba cómoda, si no necesitaba alguna ayuda, una u otra señora le dio la enhorabuena por unos hijos tan bonitos, alguien preguntó por su edad…

Dos imágenes muy diferentes y dos gestos muy pequeños. Seguramente os preguntaréis qué tienen que ver esas historias con el Coaching profundo.

Pues sí, para mí tienen mucho que ver, porque uno de los objetivos del Coaching es ayudar a las personas a descubrir su gran capacidad para actuar de manera espontánea y libre, para salir de los miedos de siempre, del ‘qué dirán’, del ‘eso no se puede hacer’. Los gestos que rompen la rutina, que hacen descubrir nuevas posibilidades y oportunidades, que abren puertas cerradas.

Son gestos que brotan del corazón, de la intuición, que surgen de lo profundo del ser humano y cambian la realidad. Por muy pequeños que sean, tienen un poder transformador.

Cuando nos atrevemos a hacer lo que nos pide la intuición, el corazón o nuestro espíritu, cuando nos permitimos ser libres, el mundo cambia. Cambia nuestro mundo interior pero también el que nos rodea.

¿Quizá pensáis que estos dos ejemplos son muy insignificantes y no cambiaron mucho? Hay pocas oportunidades para hacer gestos extraordinarios, grandes y heroicos; sin embargo los gestos pequeños salen al paso cada día y con ellos se teje nuestra realidad.

Te invito – sal de la rutina, atrévete a ser tu mism@, permítete actuar desde tu interior, deja emerger ese ser bello y único que ya eres. Y la realidad cambiará.

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